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domingo, 20 de septiembre de 2009

De la Tierra a la Luna (VI)

En aquella tarde les llegó el segundo telegrama de la madre de Pepo y la abuela de Chispito. Todos se alegraron de tener noticias de la Tierra. En primer lugar, les decían que tenían mucha envidia de ellos y que querían ver muchas fotos a su regreso. En segundo lugar, les preguntaban cómo era todo aquello, si era un sitio tan especial como se creía desde la Tierra. Y por último, las dos mujeres pedían un recuerdo de la luna, algo para enseñar a las amigas y ser el centro de admiración. Claro que sí, pensó orgulloso el padre de Pepo, además él cogería muestras del terreno para analizarlas en el laboratorio de casa.

En el transcurso de aquella noche, Chispito soñó que Pepa Luisa lo venía a buscar a su nave y salían los dos juntos a pasear. Iban cogidos de la mano y Chispito era feliz así sin más. Ella lo llevaba por rincones desconocidos pero él sólo tenía ojos para ella. Terminaban el paseo en la entrada de su cueva y Pepa Luisa lo invitaba a pasar pero él sentía miedo y vacilaba si entrar o no. Ella le decía que se tomara su tiempo, que lo esperaba; poco a poco su figura se iba perdiendo en la oscuridad. Chispito daba sus primeros pasos hacia algo que se le hacía muy grande y misterioso. Aquí se despertó.

Estaban todos casi listos para aventurarse en la cueva. El padre de Chispito se estaba ajustando el cinturón del traje y pensaba en que tuvieran suficiente oxígeno y baterías para los focos de luz. Chispón estaba nervioso, no paraba de moverse por la nave y Pepo se lo miraba con curiosidad y preguntándose qué le pasaría al gracioso perro. Chispito sentía que algo en el estómago se le estaba removiendo. No se explicaba cómo había llegado a aquella situación, no le apetecía nada bajar a la cueva pero tampoco quedarse en la nave. Quería estar de nuevo en casa, cuando soñaba que iba a la luna para conocer a Pepa Luisa. ¡Qué diablos había cambiado tanto!

Llegaron a la cueva sin demasiadas dificultades; era extraño pero ya no soplaba el viento y el color negro de la noche estaba especialmente claro. La ninfa los había citado para las doce de la madrugada, a esa hora les pidió que entraran en la cueva. Esa vez ni Chispito ni su perro sintieron ninguna barrera que les echara para atrás, sino que por lo contrario fue como si el lugar les diera la bienvenida. Pepo reconoció enseguida el pasillo que conducía hacia las escaleras de caracol y vio por primera vez unos dibujos gravados en la pared de la cueva. Sus linternas iluminaban con curiosidad para saber dónde habían entrado y qué había allí. Pepo se fijó en un dibujo que le llamaba la atención: en el centro había como una hoguera y a la izquierda lo que parecía una chica bailaba una danza que le resultó bien misteriosa, dibujos muy antiguos y simples; todo ello le era bien familiar.

2 comentarios:

aningunsitio dijo...

Sigamos adelante!

Marc dijo...

Hoy el final :)